sábado, 10 de octubre de 2015

Conflicto y vida cotidiana


El conflicto es parte consustancial a la vida cotidiana, inevitable a la vez que importante para encontrarle solución productiva a los problemas que enfrentamos a diario. Su impacto en la salud y el bienestar de las personas resulta decisivo, pero más trascendente aún, es la forma en que se manejen. El aprendizaje de habilidades sociales para conducirlos deviene entonces, en tema mucho más importante que la presencia e intensidad del conflicto en sí mismo.

Deténgase en la parte alta de cualquier calle de la ciudad y mire hacia abajo, a ambos lados podrá ver infinidad de viviendas, edificios, algún que otro centro de trabajo o servicios. Usted puede afirmar con certeza que tras cada puerta o umbral en que radiquen o trabajen personas, no importa la cantidad, hay algo común y a la vez diferente a todas: la presencia de conflictos.

El conflicto es algo insoslayable en la vida cotidiana de las personas y matiza todos los aspectos de la vida social, altamente compleja y competitiva: El conflicto laboral derivado de la incompetencia, la envidia o la desidia está presente en cualquier centro de trabajo; el conflicto con el (la) cónyuge por celos o por inadecuada distribución de tareas en el hogar está presente en el aparentemente más estable matrimonio; el conflicto generacional agudizado o atenuado por la contradicción dependencia-independencia entre padres e hijos está presente en la más ajustada de las familia; incluso a lo interior de las personas, en el plano intrapsíquico el conflicto deviene cotidiano tanto por simplezas como por importantes embrollos existenciales.
Los efectos de los conflictos pueden resultar sumamente nocivos para la salud y el bienestar de las personas tanto en el plano psicológico como en el de la salud y las relaciones interpersonales.Los conflictos mantenidos y no resueltos generan ansiedad, depresión, incertidumbre, crisis existenciales en el plano de la subjetividad; pero también generan dificultades en las relaciones interpersonales con daño en los vínculos afectivos con personas significativas; y también el organismo “cobra” su propia cuenta con insomnio, problemas gástricos, cardiovasculares, etc.

Según Dudley Weeks: “Mientras que algunos conflictos son simplemente molestias menores que aceptamos como un componente natural de nuestra existencia, otros evitan que nuestras relaciones se realicen en todo su potencial y algunos llegan a ser tan severos que causan irreparables daños a individuos, familias, medios laborales y comunidades enteras.”
Lo dicho hasta aquí hace pensar en el conflicto como en algo dañino, conducente al caos, que rompe la “lógica” de la vida cotidiana y que por ende debe ser eliminado o llevado a su mínima expresión para que prevalezca el orden. Pensar así, sin embargo, puede ser contraproducente por cuanto obvia que lo que distingue a cada ser humano es su individualidad e irrepetibilidad, lo que inevitablemente conduce a diferencias con los demás,... y en las diferencias está el origen del conflicto, sobre todo cuando estas son exacerbadas hasta niveles no tolerables, pero no menos cuando son ignoradas o minimizadas ya sea para evadir la situación o evitar que alguien salga lastimado.
Las diferencias son, sin embargo, deseables para el desarrollo y crecimiento humano, aún cuando en algún momento conduzcan a antagonismos inevitables. Es por ello que el conflicto deviene tan sustancial para el funcionamiento de las personas. Es decir, el conflicto no tiene necesariamente por qué ser destructivo, puede ser constructivo y potenciar el crecimiento humano, la salud y el bienestar.
Vale la pena, entonces, resaltar que en muchas ocasiones el problema estriba, no en el conflicto en sí mismo, sino en la forma de responder ante él. No se puede decir que haya una forma única, idónea, de responder a los conflictos. De igual manera que hay diversidad de individualidades hay diversidad de situaciones conflictivas, pero sí hay algunos elementos comunes que resultan importantes:
Un primer requisito necesario para dar solución o salida eficaz a un conflicto es reconocer y aceptar su existencia. Muchos especialistas en el tema han insistido en la importancia del carácter perceptual del conflicto, en que las personas entiendan y reconozcan que existe una situación de antagonismo, entre las partes implicadas, en torno a determinado fenómeno de su realidad cotidiana. Sobre todo porque cada una de las partes tiene una percepción diferente de la situación de conflicto, de cómo esta les afecta o perjudica, e incluso una percepción diferente de cómo puede el conflicto ser resuelto.
Un requisito posterior presupone la voluntad de solucionar el conflicto; un conflicto sólo puede ser productivo si las partes quieren solucionar la situación existente. Si las personas perciben el conflicto pero no tienen la voluntad o los deseos de cambiar el estado de cosas existente, prolongarán indefinidamente este estado que tiende, lógicamente, a empeorar pues, como le gusta decir a una buena colega: “los problemas no se disuelven ¡se resuelven!”. Por otra parte una situación de conflicto reconocida y mantenida en el tiempo, impacta día tras día la salud y calidad de vida de los seres humanos implicados e ella.
Tener la voluntad de solucionar el conflicto presupone entonces que las personas hayan arribado a la convicción de la necesidad de búsqueda de una solución efectiva. Al llegar a este punto, y si se quiere lograr una solución constructiva, juegan entonces un importante papel las creencias y convicciones , muy en particular la flexibilidad para creer y estar convencidos de que las personas (incluido uno mismo) pueden cambiar, con lo que están preparadas para asumir una posición colaborativa de búsqueda de conciliación de intereses comunes, a partir del presupuesto, según Cheryl A. Picard de que “las personas tratan de mejorar una situación negativa si se les brinda una oportunidad justa para hacerlo”.
Lo anterior resulta sumamente importante pues muchas personas abocadas a un serio conflicto consideran que son quienes “tienen la razón” y por ello demandan que se entiendan sus posiciones “por ser las verdaderas” y convocan a que las cosas se “resuelvan” en la dirección que ellas decidan.
Estas posiciones son destructivas por cuanto ignoran que la otra también tiene razón, merece ser entendida y puede desear que las cosas se resuelvan en otra dirección. Si ambas partes son igual de rígidas, el conflicto se estanca y el desgaste, tanto físico como emocional de los implicados, puede alcanzar límites insospechados.
Por esta razón, es importante que el conflicto sea solucionado a tiempo pues, como enunciamos con anterioridad, sus efectos son acumulativos y la dilación en afrontarlos puede llevar a efectos de “bola de nieve” (snow ball), en tanto: lo que comienza por una simple diferencia puede concluir en un grave antagonismo.
Este sentido evolutivo del conflicto en el tiempo puede hacer que este permanezca oculto e inactivo durante largos periodos y sin embargo un determinado incidente, en apariencia insignificante, lo puede hacer detonar en toda su magnitud, haciéndose cada vez más difícil su solución.
Hay un hecho cierto, es inevitable la presencia de conflictos en la vida de cualquier persona, muchas veces es esta quien los crea. Pero no siempre sucede así, en ocasiones, se puede ver inmersa en serios conflictos sin haber hecho nada para ello, otras veces hasta evita implicarse.
Y es que aunque en la vida es imposible optar por no tener conflictos, sí podemos aprender habilidades sociales para maniobrar con ellos y, de esta manera, llevar a la mínima expresión sus aspectos desagradables, y sobre todo maximizar sus aristas positivas. No hay, por supuesto, recetas para resolver los conflictos y, como declarábamos con anterioridad, los primeros presupuestos estriban en el reconocimiento del conflicto y la voluntad de solución, pero si hay toda una serie de habilidades que se pueden aprender para su manejo.
Una habilidad esencial es conocer que el conflicto es parte de nuestras vidas y que no viene con etiquetas de “bueno” o “malo”, sino que lo que puede ser bueno en un contexto, para determinado tipo de problema y con determinado tipo de personas, puede ser muy malo en otros contextos, problemas y personas.
Por eso es tan importante la identificación y comprensión del conflicto, para saber de qué forma proceder: Hay diferentes formas o estilos de afrontar el conflicto y aunque por su propia idiosincrasia las personas pueden tener la tendencia a resolver de determinada forma la situación, lo cierto es que debe ser capaz, insistimos, de aplicar otros estilos de acuerdo a contexto, tipo de personas y tipo de problemas.
Podríamos seguir reflexionando al respecto y dar sugerencias, entre las cuales podemos enunciar:
  • Debatir los temas de forma clara, lo que evita ambigüedades y “adivinar” lo que el otro quiere decir.
  • Respetar cualquier posición opuesta a la nuestra, aceptar que también los otros tienen razón y partir del pensamiento de “tratar de entender antes de pretender ser entendido”.
  • Trabajar “con” el otro, no “contra” el otro, examinar todos los puntos de vista, esforzarse en que todos salgan ganando y queden en una posición digna y decorosa para evitar los polarizados antagonismos de “ganar o perder”.
  • Trabajar con el presente, sin traer a colación los resentimientos y reservas del pasado, cual si fuera factura o ajuste de cuentas.
  • Evitar ponerse “por encima” del otro y tratar de manipularlo, lo que provocaría que las personas se defiendan con fuerza y la posible solución del conflicto permanezca estática o, peor, se complique. Y muchas más.

Pero lo más importante es la posición constructiva, el tener la habilidad para, con trabajo fuerte, conducir cualquier situación conflictiva en una dirección productiva, donde todos los implicados, si no ganan, al menos no pierdan ni se conviertan en derrotados, lo que nunca es solución al conflicto. Para el ser humano es importante mantener su potencial para desarrollarse, dar respuesta airosa a las más exigentes demandas de su vida cotidiana y salir resiliente y fortalecido de ellas. Ello implica no dejarse derrotar, ni convivir plácidamente con los conflictos que laceran la calidad de vida. Por el contrario: trabajar duro para que sea la persona quien maneje sus conflictos, y no estos los que la manejen.

Por: Miguel Ángel Roca Perarahttp://www.sld.cu/saludvida/psicologia/temas.php?idv=6073

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